miércoles, 14 de octubre de 2015

Cuando el mundo se rompe

Estos dos últimos años de mi vida han sido la etapa más compleja que he experimentado a conciencia, hasta ahora. Ciertamente cuando era una niña viví, como todos -unos más y otros menos-, situaciones complejas que transitas, como puedes, desde tu mundo infantil.

La realidad es que estos más de 24 meses me han sacudido de una forma tan intensa que todo se me ha movido y cuando digo todo, de verdad es TODO.

He visto pero, sobre todo, he sentido cómo cada pilar del cual se sostiene mi esencia se han ido poco a poco viniendo abajo. El derrumbe ha sido total y cuando uno voltea a verse, lo que descubre son escombros tras escombros, pilares hechos pedazos que hoy ya son inservibles para brindar algún tipo de soporte. Ante eso se siente un enorme miedo, mucha incertidumbre, una profunda tristeza por lo perdido y uno queda totalmente al descubierto.

Me he volteado a ver las entrañas una y otra vez a lo largo de todo este proceso y no termino de descubrir lo devastado que ha quedado todo por dentro. Es que por más que busco alguna construcción que esté en pie, no encuentro ninguna.

¡Madres! ahora entiendo por qué me duelen tanto los adentros. Aquí el mundo se ha roto y yo recién empiezo a darme cuenta de la magnitud del daño. Y a pesar de todo lo que se ha caído, y de lo duro que ha sido el tránsito por este estadío, siento desasosiego, pero siento también ganas de abrazarme, confortarme y luego empezar a ver cómo el mundo puede volver a construirse, aunque sinceramente, no sé por dónde ni cómo se empieza ese nuevo mundo que será seguro muy distinto al que ha quedado deshecho.

En estos dos años han caído mi esencia individual, me ha atravesado el centro del cuerpo y del alma la maternidad, se ha desmoronado y desvanecido aquella que era como pareja y por consiguiente mi propia relación de pareja, que por él y por mi, ya no existe como la había experimentado antes. No soy tampoco la misma  mujer, ni la profesional ejecutiva que era dedicando jornadas de 15 hrs diarias al trabajo. Todo mi mundo se ha roto.

Y aquí estoy sentada entre los escombros, a veces llorando, otras temiendo, otras más pensando que quizá todo esto es una nueva oportunidad para descubrir lo nuevo y a la nueva que, por el simple hecho de pasar por el proceso de destrucción, tiene la oportunidad de resurgir en una mejorada versión -si corro con suerte- gracias a la vivencia misma de este duro aprendizaje.

Entre las lagrimas, mi corazón quiere empezar a sentir que hay un gran regalo detrás de todo esto y que quizá yo misma me lo pueda auto-entregar.