viernes, 8 de enero de 2016

Tal vez en otra vida

No dejo de pensar en ese vacío que siento cuando intento describir cómo es el famoso amor verdadero. Ese que se supone se siente en lo profundo de la entraña. Ese que no está lleno de palabras. Ese que te dicen que experimentas al encontrar al amor de tu vida.

Ese amor que adora tu luz y abraza muchas veces tu oscuridad. Ese que te lleva a decir que tu vida definitivamente no habría sido la misma de no haberse cruzado en tu camino. Ese que te hace pensar que lo que entregas y te entrega vale 100% la pena estando aún de por medio el costo de su cuantiosa factura.

Ese que también se deja amar en su excelso brillo y en su más lúgubre derrota. El que a pesar de las equivocaciones, aprende, es honesto, cuida, repara y sigue. Hasta ahora no he sido de las afortunadas en encontrar a esa pareja con la que me descubra en esa esencial conexión emocional.

Quizá soy una niña queriendo encontrar, a la mitad de mi vida adulta, la aguja en el pajar. Me decepciona el solo hecho de imaginar que se trata de un idílico cuento. Porque sinceramente ya no estoy buscando el amor rosa e infantil que le enseñan a las princesas; busco el verdadero, maduro y profundo amor. Ese que a pesar de los pesares camina junto a ti, siempre pendiente de ti y tú de él.

Tal vez tengo que buscar más en Internet esas historias de amor verdadero que, todavía tengo la esperanza, creo que existen.

En esta historia terrenal se me ha dado la oportunidad de conocer el amor incondicional a través de la llegada de mi hija. Con ella, cada día, entiendo lo que significa amar sin fronteras a alguien. Ese es el verdadero amor, en el plano maternal. El que ama el todo como es y está dispuesto a seguir.

Pero el real amor de pareja, ese que no te cabe en el alma porque te inunda y te vuelve uno, sin eliminarte, ni aniquilarte, ni lastimarte hasta acabar contigo...ese...ese que es de verdad, verdad, verdad...ese quizá me toque tal vez en otra vida...