jueves, 19 de mayo de 2016

Esta vida física...

Esta vida física me ha enseñado tantas cosas...y a quien no?

Pero hoy, en la víspera de mi próximo cumpleaños, el número 37, el que marca la mitad justa de la vida terrenal, me hace sentir que el haber venido a este mundo físico ha sido una bella decisión.

Esta vez hago una pausa, en este día tan casual y cotidiano mientras escucho uno de los mantras más poderosos que existen "Om mani padme hum", para llenar mis pulmones de oxígeno y dar gracias por el camino, por lo transitado, por lo aprendido, por lo recibido, por los maestros que desde el amor o desde el dolor han llenado esta experiencia de luz, han acercado a mi las vivencias para hacer crecer un poco más esta alma.


Los últimos años han sido tan intensos, tan sólidos y demandantes de lo profundo, de esos que te obligan a buscar en la entraña. Y ahora que está próximo a cerrarse este ciclo de aprendizajes tan redondos, tan integrales, tan transversales,  quiero decir ¡GRACIAS! por esta primera fase.

Porque me acerco cada vez más a cumplir el propósito por el cual decidí venir, porque todo ha sido tan maravilloso, tan acompañado, tan cuidado. Porque ahora estoy lista para ir a la siguiente etapa, a la de potenciar este crecimiento a través de la creación activa de esta vida que ahora es más gozosa, poderosa, fuerte, armónica, feliz, jubilosa, abundante, próspera y dadora.

El avance es inevitable. La evolución del entendimiento, de la aceptación, del amor incondicional, de la fuerza interior, del poder creativo son parte ya de mi esencia y de mi alma.

Gracias a cada uno de mis maestros por este primer ciclo de vida física. Les devuelvo desde mi corazón y mi alma todo el amor incondicional que siento por cada uno de ustedes. Gracias a quienes se fueron o se irán en breve, gracias a quienes se quedarán y me acompañarán en la segunda etapa y gracias anticipadas también a los que vendrán. Que nuestras almas y nuestros caminos estén siempre llenos y conectados de la luz divina.





viernes, 8 de enero de 2016

Tal vez en otra vida

No dejo de pensar en ese vacío que siento cuando intento describir cómo es el famoso amor verdadero. Ese que se supone se siente en lo profundo de la entraña. Ese que no está lleno de palabras. Ese que te dicen que experimentas al encontrar al amor de tu vida.

Ese amor que adora tu luz y abraza muchas veces tu oscuridad. Ese que te lleva a decir que tu vida definitivamente no habría sido la misma de no haberse cruzado en tu camino. Ese que te hace pensar que lo que entregas y te entrega vale 100% la pena estando aún de por medio el costo de su cuantiosa factura.

Ese que también se deja amar en su excelso brillo y en su más lúgubre derrota. El que a pesar de las equivocaciones, aprende, es honesto, cuida, repara y sigue. Hasta ahora no he sido de las afortunadas en encontrar a esa pareja con la que me descubra en esa esencial conexión emocional.

Quizá soy una niña queriendo encontrar, a la mitad de mi vida adulta, la aguja en el pajar. Me decepciona el solo hecho de imaginar que se trata de un idílico cuento. Porque sinceramente ya no estoy buscando el amor rosa e infantil que le enseñan a las princesas; busco el verdadero, maduro y profundo amor. Ese que a pesar de los pesares camina junto a ti, siempre pendiente de ti y tú de él.

Tal vez tengo que buscar más en Internet esas historias de amor verdadero que, todavía tengo la esperanza, creo que existen.

En esta historia terrenal se me ha dado la oportunidad de conocer el amor incondicional a través de la llegada de mi hija. Con ella, cada día, entiendo lo que significa amar sin fronteras a alguien. Ese es el verdadero amor, en el plano maternal. El que ama el todo como es y está dispuesto a seguir.

Pero el real amor de pareja, ese que no te cabe en el alma porque te inunda y te vuelve uno, sin eliminarte, ni aniquilarte, ni lastimarte hasta acabar contigo...ese...ese que es de verdad, verdad, verdad...ese quizá me toque tal vez en otra vida...


miércoles, 14 de octubre de 2015

Cuando el mundo se rompe

Estos dos últimos años de mi vida han sido la etapa más compleja que he experimentado a conciencia, hasta ahora. Ciertamente cuando era una niña viví, como todos -unos más y otros menos-, situaciones complejas que transitas, como puedes, desde tu mundo infantil.

La realidad es que estos más de 24 meses me han sacudido de una forma tan intensa que todo se me ha movido y cuando digo todo, de verdad es TODO.

He visto pero, sobre todo, he sentido cómo cada pilar del cual se sostiene mi esencia se han ido poco a poco viniendo abajo. El derrumbe ha sido total y cuando uno voltea a verse, lo que descubre son escombros tras escombros, pilares hechos pedazos que hoy ya son inservibles para brindar algún tipo de soporte. Ante eso se siente un enorme miedo, mucha incertidumbre, una profunda tristeza por lo perdido y uno queda totalmente al descubierto.

Me he volteado a ver las entrañas una y otra vez a lo largo de todo este proceso y no termino de descubrir lo devastado que ha quedado todo por dentro. Es que por más que busco alguna construcción que esté en pie, no encuentro ninguna.

¡Madres! ahora entiendo por qué me duelen tanto los adentros. Aquí el mundo se ha roto y yo recién empiezo a darme cuenta de la magnitud del daño. Y a pesar de todo lo que se ha caído, y de lo duro que ha sido el tránsito por este estadío, siento desasosiego, pero siento también ganas de abrazarme, confortarme y luego empezar a ver cómo el mundo puede volver a construirse, aunque sinceramente, no sé por dónde ni cómo se empieza ese nuevo mundo que será seguro muy distinto al que ha quedado deshecho.

En estos dos años han caído mi esencia individual, me ha atravesado el centro del cuerpo y del alma la maternidad, se ha desmoronado y desvanecido aquella que era como pareja y por consiguiente mi propia relación de pareja, que por él y por mi, ya no existe como la había experimentado antes. No soy tampoco la misma  mujer, ni la profesional ejecutiva que era dedicando jornadas de 15 hrs diarias al trabajo. Todo mi mundo se ha roto.

Y aquí estoy sentada entre los escombros, a veces llorando, otras temiendo, otras más pensando que quizá todo esto es una nueva oportunidad para descubrir lo nuevo y a la nueva que, por el simple hecho de pasar por el proceso de destrucción, tiene la oportunidad de resurgir en una mejorada versión -si corro con suerte- gracias a la vivencia misma de este duro aprendizaje.

Entre las lagrimas, mi corazón quiere empezar a sentir que hay un gran regalo detrás de todo esto y que quizá yo misma me lo pueda auto-entregar.








viernes, 28 de agosto de 2015

Sueños atrapados

Probablemente me encuentro en una racha, de esas que te ponen a pensar y a sentir varias veces al día. Quizá son las fechas, quizá son los recuerdos.

A veces uno sueña y desea tanto ciertas cosas, ciertos momentos. La llegada del amor, tener un hijo, ver nacer un proyecto, subir una montaña, aprender a volar, ir a ese lugar en el mundo al que siempre has querido y que te enamora de sólo pensarlo.

Yo desee mucho simbolizar un sentimiento muy profundo, el más profundo de mi vida hasta ahora y fui muy afortunada de verlo hacerse realidad. Lo gocé muchísimo y significó cientos de cosas en su tiempo y en su espacio.

Sin embargo, ahora, con el paso de unos pocos años, tengo la sensación de que ese sueño se ha quedado estático, congelado, transformado más en un instante, en algo mágico y muy puntual. Y no sé cómo se vive eso. Sinceramente, me conflictúa un poco.

En el presente, no hay ritos ni hitos, no hay testigos, no hay conexión con eso que fue y ya no está. Y si el origen de este sueño hubiera sido el transitar por una experiencia específica, quizá hoy no me lo cuestionaría tanto. Como cuando uno decide lanzarse del paracaídas. Llegas, te vistes acorde, te subes a la avioneta, te lanzas, sientes al máximo y luego tocas tierra. La experiencia te cimbra, te adrenalina, te enloquece de emoción pero después es un simple recuerdo de algo muy intenso.

Este sueño para mi era más que un shot de emociones, era algo más que un ritual, era más que un día o una celebración. Sin embargo, veo que se convirtió sólo en eso. En pocos años se volvió un salto en paracaídas.

Siento un poco de envidia por aquellos que han logrado trascenderlo con el paso de los años. Que lo marcan y celebran cada vez que llega la fecha. Qué lo recuerdan pero sobre todo que lo SIENTEN juntos, más que por el hito, por el significado.

Una parte de mi se entristece, pero otra lo asume con amor y lo recibe, así como es, y creo que eso es lo que habría que festejar en mis adentros, en estos días. La capacidad de observar el pasado y apreciar el momento.

Dejar de lado las expectativas, el sueño y la sostenibilidad de eso que quería que fuera.

Parece que empiezo a descubrir que hay sueños que se quedan ahí, atrapados. Y no nos queda más que recordarlos y abrazarlos por lo que fueron...y ya.

Guardarlos en esa caja del tiempo y cuando lleguen estos días, voltear un poquito a ver lo que fueron y dejarlos quedarse solo ahí.

Septiembre 2012.

jueves, 13 de agosto de 2015

Los locos quizá...

De locos, quizá, se nos puede catalogar a veces...cuando decimos que no comulgamos con aquello que la mayoría dice que es aceptable, común o establecido.

Que de qué te quejas si la cotidianidad está cañona, que de qué te agobias si todos lo hacen, que de qué te preocupas mientras nadie lo sepa, que de qué te sorprendes si así ha sido siempre, que de qué vas con tu ingenuidad que seguro no te va a llevar muy lejos. Que aquí el que abusa es el que gana.

Sinceramente, cómo me cuesta encontrarme con estas maneras tan determinantes para percibir las cosas. A veces me da tristeza y otras muchas me da impotencia.

Lo mismo me sucede en un entorno de trabajo al tratar de cambiar alguna manera de pensar o de hacer las cosas, que en lo que vivimos como país o simplemente como ciudadanos al pasarnos un alto o estacionarnos donde sabemos que no se puede. Igual que cuando nos comportamos individualmente, diciendo que somos y queremos ser de una manera, para hipócritamente terminar actuando de la otra por millones de razones, validas o no, y que tomamos para  "aminorar", irónicamente ante nuestros propios ojos, nuestra inconsistencia.

¿Por qué somos así?
Juro que no lo entiendo.

No entiendo por qué nos autoengañamos al pretender actuar de una manera, comportándonos de otra, peor aún, armarnos discursos internos y externos que nos justifiquen. Llegamos incluso a buscar eco en las voces de los otros para apaciguar esos tenues pensamientos que nos dicen "esto está mal".

Pero eso sí, elegimos un gobierno y luego nos quejamos de lo jodido que tiene al país. Decimos que queremos tener una mejor vida pero nos dejamos llevar, muchas veces, por nuestra zona de confort. Nos quejamos de los juicios que recibimos pero no somos capaces de evitar hacer uno o varios contra los otros. Nos quejamos amargamente de que la vida cotidiana nos aprisiona y nos asfixia pero cuando se nos abre la puerta no somos capaces de cruzarla para ser "libres". Decimos que queremos ser honestos pero nos descubrimos una y otra vez en el engaño.

¿Será que la teoría del deseo nos viene mejor? ¿Será que es muy fácil justificar nuestro actuar incongruente llenándonos de estas frases de "pues si todos lo hacen", "es así", "es que está cañón"? y entonces me pregunto ¿De qué nos valen estos intentos de  autoengaño que además no engaña a nadie? Total, si queremos actuar, sentir y hacer "x" ¡ya está! ¡hagámoslo! nadie nos lo impide, por eso hay tanta cosa buena y también tanta cosa horrible en este mundo, porque al final el que quiere violar, viola, el que quiere robar lo hace, el que quiere matar, mata y el que quiere mentir, engaña, y ¡listo! Y el que quiere ser honesto y congruente también lo es aunque el mundo lo tache de loco, ingenuo o estúpido.

Me apena mucho mi país y ver las historias que por éste cruzan, me entristece ver que aunque nosotros podemos hacer las cosas distintas terminamos tratando de tomar la ruta corta, me apena saber que incluso en nuestro mundo muy individual y personal, tratamos de negociarnos y justificarnos la inconsistencia.

Yo quiero ser de los locos, de esos que creen que a pesar de la "jodidez" de la cotidianidad, a pesar de que todo se vuelve más complejo con los años o de que todos hagan lo cómodo o placentero porque así lo hace todo el mundo y es lo más fácil, yo sí quiero confiar en que aunque las cosas sean como sean, vale la pena el esfuerzo de intentar hacerlo mejor, de ser limpio, transparente, de no joder al otro, de no pisar al otro, de que no es necesario tirar mierda o ser oportunista para llegar a donde soñamos o para obtener lo que queremos.

Yo quiero ser de esos locos quizá, de esos que creen que se puede ir de "buena ley" a la vida, que vale la pena luchar por un mejor país, por una mejor condición, por una mejor niñez. Yo quiero ser de esos locos que creen que existe la congruencia pero sobre todo, que existe el amor de verdad.


martes, 11 de agosto de 2015

Me estoy equivocando

Qué difícil esto de sentir constantemente que por más que quieres ir hacia un sentido, las cosas terminan arrojándote exactamente en el contrario. Esto me hace reflexionar sobre si estaré haciendo lo correcto.


Dado que mi escenario es complejo porque hago cosas para obtener un resultado y termino observando que me llega otro, creo que es momento de recordar mis lecciones de física de secundaria para saber qué carajos está pasando.

Aquí la situación: de repente me veo una y otra vez haciendo esfuerzos importantes, algunos con demasiado desgaste, otros incluso con dolor, por llevar mi escenario hacia donde mi deseo se manifiesta, descubriendo, muchas veces, que estoy ante la desolada realidad de los intentos fallidos.

Para explicar mi caso de forma sencilla digamos que quiero conseguir rojas y jugosas manzanas con mi buena intención y acción.  Sin embargo percibo que por más que hago y hago, mi canasta frecuentemente termina por llenarse de verdes peras.

Eso además de desanimarme y desconcertarme me hace sentir, sinceramente, poco productiva en términos de la inversión y la ganancia. Y no es porque considere que no vale la pena arriesgarse e invertir en el feliz mundo de los frutos, pero cuando recibo una y otra vez un kilo de peras deseando con el más animoso sentimiento que lleguen las manzanas, pues algo definitivamente hay que revisar porque seguramente no estoy haciéndolo del todo bien.

Entonces o estoy poniendo en marcha un proceso equívoco o podría darse el caso de que esté en el huerto de las peras y soy la única ilusa que no se ha dado cuenta. Voy por la segunda opción.

Así que el pensamiento práctico me deriva en la siguiente hipótesis: ante la inminente canasta de peras, creo que necesito empezar a asumir que muy probablemente estoy en el territorio ¡justo de las peras! y que soy bastante idiota, o de no darme cuenta o de creer que algo de lo que aquí haga me tendría que llevar al preciado fruto rojo. Cuando ¡por Dios! no hay las malditas condiciones para que eso ocurra. Es que...así me pare de cabeza, busque musicalizar el proceso de la siembra o suba a las alturas no hay manera de que coseche la  manzana que tanto estoy añorando.

Tal vez, es tiempo de comprender y asimilar que esas delicias van a llegar a mi canasta cuando deje de sembrar en el huerto equivocado y empiece a caminar hacia el campo correcto.

Así que esta noche reflexionaré sobre la física y sus métodos de comprobación, pero sobre todo lo haré en términos de encontrar qué carajos tengo que hacer para tener la ansiada manzana sin entristecerme porque alguien ha venido a arrojar insistentemente sus peras.

Me voy, porque tengo sueño y hambre y de peras ya estoy bastante cansada.








lunes, 27 de julio de 2015

De crisis, mujeres superpoderosas y ciclos de lavado

A mis 36 años estoy en una etapa donde siento la imperiosa necesidad de reflexionar sobre quién demonios soy y qué quiero de mi vida y lo primero que me viene a la cabeza es preguntarme simple y sencillamente, justo eso ¿Quién carajos soy? ¿Qué estoy pretendiendo lograr? y rápidamente me respondo ¿es en serio Vanessa? ¿36 años y estás haciéndote esas preguntas tan básicas? Pues sí, es así. Debe ser alguna especie de crisis de la mitad de la vida.

Así arranca el monólogo, que parece más bien el listado que me repito una y otra vez como tratando de edificar algo en mis adentros: Soy una mujer en medio de los 30´s, mamá de una pequeña de 2 años quien me ha venido a transformar la existencia digamos unos…360 grados. Una ejecutiva inmersa en el mundo corporativo haciendo comunicación en un entorno empresarial que se transforma de un día a otro. Vivo una relación de pareja de 9 años con todo lo que eso implica (qué es bastante, por cierto). Cuando siento que me “ahogo”, recuerdo que también soy parapentista, que aprendí a volar con casco y botas de montaña y que aunque he hecho una gran pausa en ese mundo, mi corazón sabe que voy a volver a encontrarme con eso que me dice: “ya regresa”. Soy también una mujer impactada y arrastrada por lo que hoy está muy “in” sobre intentar mantenerse medianamente en buen estado físico, a veces muy atrapada por las dietas, obsesiva en ocasiones por los kilos que marca la báscula y recientemente sorprendida de las arrugas queriendo investigar más sobre el botox y esas porquerías.

Entre otras cosas, vivo intensamente las emociones (puedo resultar una verdadera pesadilla) y tengo un espíritu competitivo que creo que si me dejaran jugar una y otra vez en los juegos de destreza de una feria podría terminar perdiendo hasta mi casa.

Me gusta pensar que la mente y la energía son fuentes creadoras de realidad, que hay fuerzas superiores más allá de nosotros y que la vida es una experiencia de aprendizaje y evolución.

En mi cabeza siempre habita el sueño de ayudar a los niños desprotegidos. Ayudar a uno, dos, tres o cientos si se puede. Esa es la causa que me engancha y que está ahí detenida, en mis adentros, en aras de encontrar un poco más tiempo para hacerlo realidad.

Y entonces, con todo este descriptivo encima por qué me estoy preguntando constantemente quién demonios soy y qué quiero hacer con mi vida.  Y parece que por ahí se asoma una cosa que se llama el síndrome de querer ser perfecta y “superpoderosa” que lo único que me está dejando es una sensación constante de intentos fallidos, sintiendo que hago todo y nada, que soy eso que soy pero que al final no, aunado a una perene sensación de cansancio y culpa por no saber si estoy siendo la mejor profesionista, la madre que mi hija necesita o merece, la esposa que quisieran que fuera, la hija, la hermana, la amiga, la deportista, la paciente…¡uf!

Pareciera que ser mujer de estos tiempos es ¡agotador! Y seguro antes, en los tiempos de mi abuela (que es una mujer encantadora, por cierto) también lo era. La única diferencia hoy, y que resulta una especie de consuelo ante mi licuadora de pensamientos en esta crisis existencial, es que ser Mujer de estos tiempos te permite transitar estos vuelcos y exigencias estando un poco más acompañada gracias al maravilloso arte de poder compartir. De decirle confiadamente a otra u otras lo que nos pasa, lo que sentimos, encontrando espejos que nos hacen saber que no estamos tan "deschavetadas".

Si alguna de ustedes está en esta lavadora imparable, bienvenida sea al proceso de centrifugado en el que pareciera que la ropa tendría que estar a punto de quedar lista pero que en realidad es donde el proceso recién re-empieza porque se activó el botón de “lavado extra”.